jueves, 6 de junio de 2013

Instrucciones para amar a un@ mexican@ rebelde.



 De entrada, amar a una o un mexicano rebelde es una decisión difícil, habrá que pensarlo dos veces.
Amar a una o un rebelde en México, puede llegar a ser un buen o mal viaje, todo depende del nivel de rebeldía, el grado de locura o lo fuerte del tequila o del mezcal que medie en la relación.
Amar a un rebelde en nuestro país, es una búsqueda que inicia en el centro de la tierra, en el ombligo del mundo, en México, pues.
Amar a una o un rebelde de estos lares,  es nadar hasta la entrada del inframundo y una vez ahí, respirar profundamente el olor a tierra mojada del sexo de Tonantzin.
Para amar a un o una rebelde, tendrás que pedir permiso primero:  al aire, al viento, a la tierra y al fuego, y rendir culto al maíz azul, rojo, blanco y amarillo; beber de golpe un buen tequila de Arandas y gritar a voz en cuello: "Yo soy”, "Viva México cabrones" o "Ay dolor, ya me volviste a dar".
Para amar a una o un rebelde en México, es menester volverte como niño o niña; deberás llevar sobre tu espalda un costal lleno de preguntas, de calaveritas de dulce, de zapatos de estudiantes caídos, de cruces de las muertas de Juárez y de boletas anuladas.
Amar a un o una rebelde en México es saber que, hagas lo que hagas, lo rebelde no se quita, no se compra, no se regala; se nace rebelde y se muere con una sonrisa retadora, cómo diciéndole al cosmos: “me chingaste pero te disfrute como una noche de bodas sin boda”, así de clandestino, así de salvaje, así de bronco.
Amar a un o una rebelde en México es cómo saborear hasta el fondo la botella de la amistad, echarse una buena cáscara en medio de la calle,  fumarse un puro de los tuxtlas, saborear hasta el atasque  un buen mole poblano, o navegar en el sexo de una mulata de la Costa Chica.
Amar a un o una rebelde es saber que la libertad será nuestro petate para rezar, nuestra mesa para dormir , nuestro fogón para llorar y nuestro altar para hacer el amor.
Amar a un o una rebelde, en nuestro querido país, implica tener naturaleza de mariposa y nube, quetzal y serpiente, chocolate y café y además, requiere un gran sentido del humor, de albur y de ironía para podernos salvar de nosotros mismos.
Otra cosa, el amor entre rebeldes viaja en bicicleta y toma pulque en jicarita, se deleita con canciones de protesta y pero también  con las de José Alfredo y de Molotov.
Pero la canción que más excita el espíritu del amor rebelde,  son los gemidos de una madre Malinche-Llorona-Xtabay sistemáticamente violada y que una, y otra y otra vez, abre las piernas esperando quedar preñada por la pluma de un colibrí para parir, por fin,  niños hechos de carne de maíz y sangre de dignidad.
Amar a una o un rebelde es como un fandango jarocho interminable, en el cual, jaraneros y bailadoras regresan de la muerte a  reírse de los vivos y a zapatear sobre la tarima de la injusticia.
Amar a un o una rebelde reitero, es algo que debe pensarse dos veces, porque puede ser un buen o mal viaje, todo depende de la rebeldía, todo depende de la locura; todo depende de un buen mezcal de por medio.
Todo depende de dos rebeldes, que sólo con una mirada, se arranquen la carne a besos.

Jesús Esparza
El Capi.

Verano 2013

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