De entrada, amar a una o un mexicano rebelde
es una decisión difícil, habrá que pensarlo dos veces.
Amar a una o un
rebelde en México, puede llegar a ser un buen o mal viaje, todo depende del
nivel de rebeldía, el grado de locura o lo fuerte del tequila o del mezcal que
medie en la relación.
Amar a un rebelde en
nuestro país, es una búsqueda que inicia en el centro de la tierra, en el ombligo
del mundo, en México, pues.
Amar a una o un
rebelde de estos lares, es nadar hasta la entrada del inframundo y una
vez ahí, respirar profundamente el olor a tierra mojada del sexo de Tonantzin.
Para amar a un o una
rebelde, tendrás que pedir permiso primero: al aire, al viento, a la tierra y al fuego, y
rendir culto al maíz azul, rojo, blanco y amarillo; beber de golpe un buen
tequila de Arandas y gritar a voz en cuello: "Yo soy”, "Viva México
cabrones" o "Ay dolor, ya me volviste a dar".
Para amar a una o un
rebelde en México, es menester volverte como niño o niña; deberás llevar sobre
tu espalda un costal lleno de preguntas, de calaveritas de dulce, de zapatos de
estudiantes caídos, de cruces de las muertas de Juárez y de boletas anuladas.
Amar a un o una
rebelde en México es saber que, hagas lo que hagas, lo rebelde no se quita, no
se compra, no se regala; se nace rebelde y se muere con una sonrisa retadora,
cómo diciéndole al cosmos: “me chingaste
pero te disfrute como una noche de bodas sin boda”, así de clandestino, así de
salvaje, así de bronco.
Amar a un o una
rebelde en México es cómo saborear hasta el fondo la botella de la amistad,
echarse una buena cáscara en medio de la calle, fumarse un puro de los tuxtlas, saborear hasta
el atasque un buen mole poblano, o navegar
en el sexo de una mulata de la Costa Chica.
Amar a un o una rebelde
es saber que la libertad será nuestro petate para rezar, nuestra mesa para
dormir , nuestro fogón para llorar y nuestro altar para hacer el amor.
Amar a un o una
rebelde, en nuestro querido país, implica tener naturaleza de mariposa y nube,
quetzal y serpiente, chocolate y café y además, requiere un gran sentido del
humor, de albur y de ironía para podernos salvar de nosotros mismos.
Otra cosa, el amor
entre rebeldes viaja en bicicleta y toma pulque en jicarita, se deleita con
canciones de protesta y pero también con
las de José Alfredo y de Molotov.
Pero la canción que
más excita el espíritu del amor rebelde, son los gemidos de una madre Malinche-Llorona-Xtabay
sistemáticamente violada y que una, y otra y otra vez, abre las piernas
esperando quedar preñada por la pluma de un colibrí para parir, por fin, niños hechos de carne de maíz y sangre de dignidad.
Amar a una o un
rebelde es como un fandango jarocho interminable, en el cual, jaraneros y
bailadoras regresan de la muerte a reírse
de los vivos y a zapatear sobre la tarima de la injusticia.
Amar a un o una
rebelde reitero, es algo que debe pensarse dos veces, porque puede ser un buen
o mal viaje, todo depende de la rebeldía, todo depende de la locura; todo
depende de un buen mezcal de por medio.
Todo depende de dos
rebeldes, que sólo con una mirada, se arranquen la carne a besos.
Jesús Esparza
El Capi.
Verano 2013